NO TODO ES POESÍA PERO PARECE

jueves, 5 de enero de 2017

El Testigo-Reloj




Para M.C.C.L, con amor



En todos lados hay un reloj que es testigo de todo. El reloj está siempre ahí callado, nada dice pero todo lo presencia. El reloj y sus formas infinitas. El reloj y sus colores inimaginables. El reloj y sus decoraciones más extravagantes. El reloj y sus precios exorbitantes. Pero esta vez, hablo de los relojes que cuelgan en cualquier espacio y de cualquier clavo o tornillo. No de los relojes minimizados que se enrollan en las manos, y que hoy en día hasta elaboran con inteligencia artificial. Hablo de los relojes de un tamaño considerable, el suficiente para saber qué hora es situado como a tres metros de distancia. Esos relojes que están en todos lados, casi siempre, pero que nadie observa por más de cinco segundos. En los hoteles, restaurantes, centros comerciales, plazas públicas, comedores, edificios públicos, etcétera. Pero más especialmente me refiero a los relojes que hay en los espacios más íntimos, más personales y más sugerentes como puede ser la sala, la habitación, o en el mismo servicio sanitario de una casa o un apartamento. Ese fiel reloj que nos permite saber el momento exacto de las visitas, de los compromisos remunerados o no, de los entremeses, de los films que vemos en las horas de ocio y en fin, de todas las actividades importantes o no. Ese reloj que de decir palabras, daría fe de cuanto hacemos, charlamos, pensamos y murmuramos. Ese reloj tan visible pero tan frágil que casi siempre depende de dos baterías corrientes, de las más comunes y baratas. Basta introducir una uña, remover levemente una batería, y el reloj deja de existir en cuanto a su naturaleza primitiva. El reloj deja de tener alma. Ya no sirve más como un referente del tiempo. Como un testigo mudo, literalmente de las horas, y de nuestras palabras. El reloj es un testigo frágil y fiel. Es un testigo relativamente mudo, ya que siempre emana el imperceptible sonido del correr de la aguja segundera. Ese reloj que solo se manipula con sutileza cuando va a ser trasladado a otro espacio derivado de una mudanza. Se envuelve en papel de periódico viejo, se cuida en extremo, casi quirúrgicamente, para evitar que las agujas se estropeen, para procurar que no se dañen, que no se tuerzan. Todo esto con el único fin que en un nuevo lugar, el reloj continúe cumpliendo su loable labor consistente en recordarnos que todo evoluciona y que nada se detiene, de lo contrario no estaríamos iniciando el año 2017.



MARIANO CANTORAL