El adiós es terriblemente unilateral, y casi siempre no tiene sentido, pensamos que con el gesto de agitar nuestra mano o de guturar un "adiós", alguién aguarda nuestra despedida. Lo mejor es ensartar nuestra mirada en un dique de esperanza y avanzar, utilizar nuestro cuerpo, como el artefacto dialéctico que es.
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