NO TODO ES POESÍA PERO PARECE

viernes, 27 de agosto de 2010

Horizonte infinito (galimatías prosaico)


Por: Mariano Cantoral


A altas horas de la noche en el lado más perverso del planeta, donde la latitud era incuantificable, por razones de pereza y falta de pericia, tú y yo, de tanta poesía, creíamos en ideas como que el universo era eso que veíamos proliferar ante nuestros ojos, sin pantallas de por medio: una bola inflable atestada de aceite donde había empleados y desempleados, seres inanimados e indefinibles que se creían poderosos, entelequias fracasadas que todo lo veían con malos ojos, espacios asfaltados con afectos y ficciones oficiales, fuerzas magnéticas que nos encallaban en el presente, y unos cuantos platos de comida emponzoñada, y bien, al final de cuentas, concluimos que estábamos en lo correcto, que era casi eso, pero sin tanta sutileza. Creíamos, además, que la vida era el inagotable triple saldo de un celular disfuncional sin carga, sumándole una perpetua regresión freudiana en eterno retorno barbárico. Y sí, casi nos tragamos todos los cuentos de las crisis globales espirituales, cuando todos los rumores fueron fraguados desde las finanzas y no desde las aguas, como es legítimo. A punto estuvimos de dedicarnos al dislate oficio de coleccionar redes sociales pero optamos por coleccionar, sí, bojotes obtusos de soledades plausibles. Sabíamos cosas acerca del mar, leyes que pretendían regularlo y ojos que jamás pudieron ver sus oleajes juntos, sino sólo a través filmes depreciados, a pesar de los resabios del amor compartido. A ti te urgían otras cosas, mis deseos eran tan distintos y deliciosos, soporté diluvios y oprobios al oído. Veíamos volar cual gaviotas, bolsas plásticas de supermercados endeudados, y dentro de ellas, venían siempre, indefectiblemente, veladoras aromáticas y otros elementos insignificantes como el silencio sin motivo, y las veladoras las prendimos con los rayos del sol meridiano y la reverberación de una luna inoportuna atemporal e invisible nos colmó la frente, y el silencio lo partimos por la mitad, y lo devoramos mutuamente con la mayor paciencia y esmero cual si fuera un pastel insípido, para mejor callarnos y mejor sentir. Y nos dimos un poco de cariño, inaudito, besos y otras expresiones indomables. Volaron botellas vacías, llenas de vacuidad y pergaminos digitales. Nos bebimos los sentidos en versiones irreconocibles y fatales. Un par de poemas tronaron en el fondo de la nada o de los océanos incontables y sus agudos tronidos nos enviciaron a tal grado de que repetíamos el ritual antecesor del lirismo surrealista y subacuático todas las noches, mientras el resto de todo nos importaba poco, y a veces algo, pero siempre diminuto. Y amaneció más temprano que nunca. Fuimos los protagonistas amargos de la obra de teatro de las hormigas que nos vieron todo el tiempo, ellas sentadas deglutiendo el dulce volcán del presente. Reaccionamos, específicamente nos oxidamos, sin ser aluminios ni metales. Mientras congelados, vimos los fuegos artificiales que se divisaron en el horizonte infinito.

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